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Lecciones de una pandemia: qué hemos aprendido en el peor año para la educación

Por Dr. Javier González, director de SUMMA.

Con la irrupción de la covid-19 casi todos los países latinoamericanos decidieron clausurar las clases presenciales. Un año después, analizamos lo obtenido, fruto de las diferentes medidas

Hace 12 meses, en marzo 2020, todos los países latinoamericanos, con la excepción de Nicaragua, emprendieron el cierre progresivo de sus sistemas educativos por causa de la covid-19. Si bien la decisión de los gobiernos fue acertada y buscaba proteger a las comunidades, el impacto educativo real de la pandemia solo podrá evaluarse en el largo plazo.

Lo cierto es que esta situación no solo vino a profundizar las históricas desigualdades socioeconómicas que caracterizan a la región sino que, en el caso de la educación, las medidas de aislamiento y el cierre de escuelas, visibilizaron y aumentaron las disparidades en el acceso a una formación inclusiva, equitativa y de calidad.

Las profundas e históricas inequidades educativas en América Latina son ya conocidas, pero no por ello menos alarmantes. En cifras, antes de la crisis de la covid-19, ya sabíamos que más de 11 millones de niños, niñas y jóvenes de la región se encontraban excluidos del sistema educativo, y uno de cada cinco jóvenes entre 15 y 24 años no estudiaba ni trabajaba. Sin embargo, el problema no solo era para quienes estaban excluidos; de entre quienes lograban asistir a la escuela, el 51% no conseguía entender adecuadamente lo que leía, según el informe al respecto de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) de 2019. Sobre esta realidad inicial, la pandemia sin duda alguna tendrá un efecto negativo en los aprendizajes y también en los índices de abandono y deserción escolar.

¿Qué lecciones hemos sacado? Me parece que es posible aventurar, al menos, cuatro:

1. Relevancia de la escuela presencial. A diferencia de quienes pregonaban una extinción de la escuela presencial y su inevitable sustitución por la educación virtual y a distancia, esta crisis ha dejado claro que la escuela presencial, como espacio de aprendizaje, encuentro y apoyo, desempeña un papel clave en la sociedad y está para quedarse. Por un lado, por supuesto, está su función educativa, pero sobre todo su relevancia como espacio de socialización y desarrollo socio-emocional. A su vez, la escuela es la institución donde muchos niños, niñas y jóvenes reciben asistencia sanitaria, como vacunas, y alimentación, entre otros programas de protección social.

2. Valoración de los docentes. Quienes argumentaban que bastaba con materiales virtuales, software, apps y el apoyo de un adulto experimentaron en carne propia que hay una gran distancia entre querer enseñar y poder apoyar efectivamente el proceso de aprendizaje de un estudiante. La pedagogía es una disciplina que requiere conocimientos, habilidades, aptitudes y experiencia para hacerse de manera efectiva. Ahora bien, esto no quiere decir que todos los docentes cumplan con estos méritos; de hecho, este es el gran desafío de la región. Los datos muestran que una proporción importante de docentes en Centroamérica requiere de una mejor formación inicial y continua, por lo que se requiere avanzar con decisión en este ámbito.

3. Dificultad para colaborar e innovar. Mientras la comunidad científica y el sector de la salud demostró su capacidad para colaborar, planificar, testear, innovar y obtener resultados concretos (vacunas), el sector educativo en el mundo, y también en la región, dio cuenta de sus carencias para trabajar como un ecosistema de innovación robusto. Es verdad que hubo capacidad en algunos países, relativamente rápida, para implementar plataformas virtuales de apoyo. En mayo 2020, de una muestra de 26 países de la región, siete tenían plataformas de aprendizaje, 22 ofrecían contenidos digitales, 13 utilizaban contenidos de material didáctico y redes sociales, y 20 impartían educación a través de programas de radio o televisión, según el informe anual sobre educación GEM 2020 del Summa y la Unesco. Sin embargo, en muchos casos los materiales eran de baja calidad, poco adecuados al nuevo contexto y no venían acompañados de sistemas de apoyo adecuado para los docentes, padres y estudiantes. Poca capacidad hubo, en general, para innovar en términos curriculares o de nuevas prácticas docentes, por ejemplo. Más importante aún, aquellos estudiantes que viven en hogares sin internet (aproximadamente la mitad de los hogares de la región no poseen conexión), quedaron en su mayoría aislados y excluidos del proceso educativo.

4. Relevancia del Estado. En América, el continente con el mayor grado de privatización de la educación en el mundo y caracterizado por la debilidad de su aparato público, la pandemia dejó al descubierto la necesidad de fortalecer la capacidad y efectividad del Estado para garantizar el derecho a la educación de la población y, en especial, de los más vulnerables. Esto implica no solo mejorar la infraestructura física y virtual (acceso a electricidad e internet, plataformas, etc.), sino también una mayor capacidad de coordinación del sector de manera que se puedan impulsar estrategias innovadoras e integrales a corto, medio y largo plazo, con un especial énfasis en la formación, apoyo y acompañamiento a la labor docente para poder nivelar y potenciar el aprendizaje profundo de los estudiantes. Lo anterior, lamentablemente, será difícil de lograr, ya que dado el contexto económico, muchos ministerios experimentarán la disminución de sus presupuestos para la educación.

Un año después de que se desatara la pandemia, es importante que nuestros países logren sacar sus lecciones e incorporen lo aprendido en sus estrategias para el 2021. Solo así podremos revertir el daño que esta crisis ha tenido sobre las nuevas generaciones y avanzar en la garantía del derecho a la educación para todos y todas sin excepción.

Esta columna fue publicada en el diario El País de España el 25 de marzo de 2021.